Magalia

Hacía tiempo que en Robledo de Chavela se había dado caza al último Dragón. Grifos, Ujancos y Duendes, eran sólo un recuerdo. Los Hombres Lobo fueron censados y confinados a los barrios más alejados de la población, aunque aceptados con reservas. Digamos que toda "actividad fuera de lo humano" como le gustaba a su Ilustrísima decir, estaba controlada.
Excepto los escurridizos Juancaballos llegados desde el Sur, atraídos por la abundante caza que por Malagón siempre ha habido. Se dice de estos mitad hombres, mitad caballos, que son los responsables de la desaparición del lince en la Sierra del Dragón. Se sospecha por alguna flecha encontrada en el bosque que no correspondía a casa ni armería conocida.
Nadie había visto uno de estos Centauros hasta que...

Magalia, que tenía fama de ser una niña traviesa, se convirtió en una bella adolescente con un temperamento difícil de tratar. Atrás quedaron los días en los que jugaba con Don Pedro escondiéndose por los rincones del Palacio, y escuchándole de lejos preguntar por ella. Ahora, seguía escabulliéndose de su padre, pero para salir a hurtadillas de la fortificación.

Todavía recordaba la prohibición de bajar por las escaleras que daban acceso a lo más oscuro del Castillo. Todavía recordaba aquellos golpes tras la robusta puerta de roble, y esa voz entre dulce y gutural que pedía le abriera la puerta. Todavía recordaba esos dos ojos brillantes después de correr el pesado cerrojo, y esa melena escarlata que se enredó enzarzándose con la suya mientras era subida con delicadeza a una grupa sin ensillar. Recordaba su primera sensación en el interior de un pasadizo del que sólo conocía mención y prohibiciones, agachada sobre una montura animal, y abrazada a una espalda musculada y de piel suave.
Aún recordaba ese primer beso detrás del Risco, a la luz de la luna, y esos poderosos abrazos cargados de ternura. Confinada en lo más alto del torreón noroeste, aún lloraba maldiciendo la mala suerte de ser sorprendida por su padre, cuando éste volvía de una batida de caza por Chivitejos. Enterado el Marqués de todas estas correrías, ordenó condenar el pasadizo y encerrar a Magalia para evitar futuras escapadas.

No contaba Don Pedro con la astucia del "mediocaballo" que logrando sortear la escasa guardia, pudo llegar hasta la estancia donde se encontraba su amada. Después de los ruidosos golpes de las patas traseras coceando contra la puerta y el estrépito de ésta al caer, nadie fue capaz de llegar a tiempo salvo para ver la capa blanca de Magalia ondeando en la noche y alejándose junto al sonido seco de los cascos de un caballo, que dejaron un breve eco como despedida.

Don Pedro no podía creer lo que había pasado, y furioso ordenó castigar a los soldados. Después de la ira, la tristeza hizo que empezara a no probar bocado, negándose a comer día tras día. Sus pensamientos y razón se enturbiaron de tal modo, que incluso dejó de reconocer las caras más familiares. Y es que sólo pensaba en su dulce Niña. En dónde podría estar Magalia... No concebía que su amada hija pudiera haberse enamorado de un Juancaballo, que ni siquiera era un caballo... y que ni siquiera se llamaría Juan.
Deambulaba por el Castillo cada noche. Caminaba por los pasillos, mirando debajo de los faldones de las mesas... como hacían cuando Magalia era sólo una chiquilla. La llamaba... la llamaba... preguntando dónde estaba.
Cada noche.
Seguía sin ingerir alimento alguno y al igual que su cuerpo se iba debilitando y enfermando, su mente se iba perdiendo soñando con los cabellos rojos de su pequeña, tan suaves como la brisa... tan suaves como la voz de su dulce Magalia...
- ¿Dónde estás? - sólo le oían decir.
- Magalia, ¿dónde estás!? - ...entre sollozos.

No pasaron muchas lunas hasta que el Marqués falleció. Pueden vuestras mercedes imaginar cuáles fueron sus últimas palabras, las mismas que se mandaron tallar en una piedra como honor a tan noble Señor, y como llamada desesperada e impertérrita a la que fue la Niña de sus ojos.
Su último aliento fue para Ella y cuando el espejo dejó de empañarse, un ensordecedor trueno sonó anticipando una oscura tormenta. Entre el ruido de tales descargas de furia parecía oírse a Don Pedro gritar preguntando una vez más por Magalia. Un escalofrío recorrió la espalda de todos los presentes...

Hace mucho de aquello.
Pero el recuerdo de Magalia vuelve al Castillo las noches de tormenta, en las que el viento arranca de los muros los gritos de su padre que aún vaga por los pasillos llamándola y preguntando '¿Dónde estás?'

Adaptación libre de una de las versiones de la Leyenda del Castillo Magalia, por 'ChuChoo Arte'©
12 de junio, de 2019 - Imagen propiedad de 'ChuChoo Arte'©

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